No podemos quedarnos de brazos cruzados

Por: Sonia Marta Mora, ministra de Educación Pública.

 
En las últimas semanas hemos visto circular información en relación con los programas de Educación para la Afectividad y Sexualidad, sustentada en afirmaciones imprecisas y fuera de contexto. Esto puede generar preocupación y dudas, especialmente en padres y madres que, con toda responsabilidad, le dan seguimiento a la educación de sus hijas e hijos.
 
En mi condición de ministra de Educación, quiero acercarme a las familias, para compartir con ellas lo que realmente contienen tales programas, el tipo de trabajo que motivan en el aula. Y también, recordar los persistentes retos y problemáticas que hacen necesarios estos planes de estudio.
Comencemos aludiendo a esa problemática social que con frecuencia invisibilizamos.
 
Es necesario actuar
 
No conviene cerrar los ojos. No podemos asumir que todo está bien y que las situaciones a las que voy a aludir se resolverán por sí solas. Revertir esta realidad está completamente en nuestras manos.
En Costa Rica, desde hace 45 años, más del 18% de los embarazos corresponden a madres adolescentes. Y en la mayoría de los casos, el padre no es un joven de su edad, sino un adulto al menos diez años mayor que ella.
 
En la última década, más de 300 mujeres fallecieron víctimas de sus parejas, un 75% de ellas nunca reportaron maltrato ante las autoridades, por miedo, por no saber a quién acudir o porque veían la agresión como algo normal.
 
Un estudio realizado por la Clínica del Adolescente señala que el 80% de los jóvenes participantes, desconoce las medidas de prevención en prácticas sexuales, lo cual hace muy probable que en su vida adulta nunca lleguen a conocer cómo cuidar su salud sexual y reproductiva.
 
En el año 2015, el Hospital Nacional de Niños atendió a 3000 menores, víctimas de algún tipo de violencia, principalmente sexual.
 
El 50% de las víctimas de violación tienen entre 10 y 19 años y, en la mayoría de los casos, el abuso se da por parte de una persona conocida.
 
Todavía en nuestros centros educativos, las personas sexualmente diversas son víctimas de bullying, y enfrentan una posibilidad siete veces mayor de intentos suicidas.
 
Costa Rica es uno de los cinco países latinoamericanos con más altos índices de violencia física entre estudiantes.
 
Tres de cada cuatro mujeres han sido víctimas de violencia a la hora de dirigirse a sus trabajos, centros de estudio o de usar el transporte público.
 
Los hombres todavía sienten limitada su capacidad de expresar afecto, incluso con sus hijos. Hombres y mujeres siguen estando condicionados en su elección de proyecto de vida, por estereotipos de género heredados por generaciones.
 
La educación es la vía para cambiar las cosas
 
El trabajo de nuestros docentes constituye una herramienta fundamental para impulsar de manera significativa y duradera, una sociedad más equitativa, igualitaria y respetuosa de los derechos humanos.
 
El Estado costarricense está obligado a garantizar el derecho efectivo de sus estudiantes a una educación para la afectividad y sexualidad que sea integral, que forme para la vivencia del amor y sus diversas expresiones. Una educación inclusiva, científica, actualizada, contextualizada, y que permita a los estudiantes desarrollar conocimientos, actitudes y habilidades para una vivencia plena y responsable de su sexualidad, sin ignorar de ninguna manera los deberes que este ejercicio conlleva.
Las familias cumplen un papel fundamental dentro de la sociedad. La labor del sistema educativo es complementaria y nunca sustitutiva de la formación que se brinda en los hogares.
 
La educación para la afectividad y sexualidad parte de un enfoque de derechos humanos que no pretende de ninguna forma adoctrinar o imponer una visión de mundo. Los padres, madres o representantes que consideren que los contenidos de los nuevos programas son contrarios a sus creencias, de acuerdo con lo señalado por la Sala Constitucional, pueden solicitar al centro educativo que se les dispense de recibir esta asignatura.
 
Lo que realmente se aprenderá en las aulas
 
Los programas de estudio se elaboraron considerando la edad y etapa de desarrollo de los estudiantes. Por ejemplo, en primer grado de primaria, los estudiantes aprenden a reconocer y comunicar cualquier situación peligrosa o que les cause incomodidad. En tercer grado, aprenden a evitar conductas violentas para cuidarse mutuamente en todos los espacios de convivencia. Al finalizar la escuela, en sexto grado, los estudiantes reconocen procesos fisiológicos de hombres y mujeres, relacionados con la reproducción humana y aprenden sobre la responsabilidad que tienen las personas si deciden formar una familia.
 
En secundaria, reciben una lección específica, con una dinámica participativa, impartida por profesores de Ciencias. Aprenden a reconocer las múltiples emociones y afectos que surgen en la relación consigo mismos y las otras personas que forman parte de su familia, de su grupo de pares, su pareja y las personas de otras generaciones. A convivir con la diversidad de manera respetuosa, en el marco de los derechos humanos.
 
En noveno año, aprenden a prevenir infecciones de transmisión sexual y embarazos no planeados y los estudiantes se preparan para identificar aquellas situaciones que les generan incomodidad y rechazo, jóvenes capaces de prevenir y denunciar todas las formas de violencia y abuso sexual.
Finalmente, en décimo año, se imparte la asignatura de Educación para la afectividad y sexualidad, por profesores de Psicología. Son los estudiantes quienes expresan dudas e inquietudes que nacen de su vivencia, y que hoy son atendidas por un docente preparado para aclararlas y no en espacios de riesgo que reproducen prejuicios, estereotipos o información distorsionada. Con los estudiantes, en el aula, se construye el conocimiento de manera conjunta.
 
El derecho a la educación incluye la educación sexual, que a su vez resulta una condición indispensable para asegurar que las personas disfrutemos de otros derechos humanos.
 
No podemos permanecer indiferentes
 
Como ministra he recorrido muchos centros educativos y he conocido historias, historias que duelen. Y no por tratarse de una problemática que hemos padecido por generaciones, podemos permanecer indiferentes. Todas y todos, desde nuestras posibilidades, debemos actuar. Que no lleguemos al final de nuestra jornada levantando los hombros y sin haber hecho lo suficiente.
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