San José, 30 de agosto de 2017. Nacido el 24 de septiembre de 1956 en la Ciudad de México, el escritor y periodista Juan Villoro reconoce que no tuvo una infancia muy lectora; en su casa convivía con libros de Psicología, Historia, Filosofía, así como con literatura para adultos -dado que sus padres eran profesores universitarios-; sin embargo, eran obras literarias que definitivamente no eran atractivas para niños.
Su primera relación con la palabra tuvo que ver con las historietas, principalmente las de súper héroes; aunque afirma que le gustaban más ciertos cómics mexicanos, como “La familia Burrón”, creada en 1948 por el caricaturista Gabriel Vargas. En sus múltiples números, aquella publicación contaba historias de barrio con un lenguaje muy parecido al coloquial que se usaba en las calles de la Ciudad de México. “Era sumamente divertida esa historieta, protagonizada por una anti heroína, una mujer muy neurótica, mandona, que siempre se salía con la suya en forma divertida, Borola Tacuche de Burrón”, afirmó Villoro, quien recientemente estuvo presente en la Feria Internacional del Libro de Costa Rica (FILCR), que se realiza en la Antigua Aduana, donde el escritor compartió su obra literaria con el público.
Villoro es licenciado en Sociología en la Universidad Autónoma de México (UNAM) y cuenta con una amplia carrera como periodista en su país. Ha colaborado en diversos medios, como La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Proceso, Nexos y el periódico Reforma; además, ha sido profesor de literatura en la UNAM y profesor invitado en diversas universidades en el extranjero, como Yale, Princeton y Pompeu Fabra.
Durante su infancia, este reconocido escritor tuvo sus primeros asomos a la lectura mediante formas de la cultura popular, principalmente como espectador de “Mi marciano favorito”, “Súper agente 86” y “Perdidos en el espacio”, programas que según afirma Villoro, “tenían grandísimos guionistas”. Otras de sus principales aficiones eran las crónicas deportivas, ya que siempre fue muy aficionado a los deportes. “Había grandísimos guionistas que reinventaban los partidos en la radio y convertían el cotejo más aburrido en algo equivalente a la Guerra de Troya; esto a mí me cautivaba, entonces, digamos que tenía una sensibilidad hacia las historias, pero de manera difusa y más bien a través de la cultura popular, es decir, a través de la historieta, la radio y la televisión; ese fue mi caldo de cultivo”.
Su primera novela, “El disparo de argón”, fue publicada en 1991. También ha escrito algunas obras de teatro como “Muerte parcial”, 2008; literatura infantil como “El taxi de los peluches”, 2008; y “La Gota Gorda”, 2010; así como diversos ensayos. En 2004 recibió el Premio Herralde por su obra “El testigo”.
Villoro conversó con la Oficina de Prensa del Ministerio de Cultura y Juventud, en el marco de la FILCR, en un espacio en el que compartió sus inicios en el periodismo, impresiones sobre su incursión en la literatura, especialmente la infantil, el impacto de la tecnología en la vida diaria, entre otros temas. A continuación un extracto:
¿En qué momento Juan Villoro se convierte en un asiduo lector?
A mis 15 años, cuando estaba entre las vacaciones de la secundaria y lo que en México se conoce como la preparatoria, que vendría a ser el bachillerato en otros países. En esas vacaciones, un amigo que nunca había leído un libro, me recomendó una novela; me pareció muy curioso que él se aficionara a la lectura, porque nunca lo había visto abrir un libro y me dijo: “Es una novela fantástica”.
Se trataba de “Perfil”, del escritor mexicano José Agustín, y quiso la casualidad que la novela transcurriera exactamente en las vacaciones entre la secundaria y la preparatoria, es decir, en el período en el que yo me encontraba. La trama de la novela se ubica en un barrio muy parecido al que era el mío, barrio de clase media; los padres del protagonista se están divorciando, mis padres se habían divorciado, en fin, una semejanza tan cercana, que fue como si me viera en el espejo.
A partir de ese momento empecé ya a leer por gusto y descubrí que la lectura es una forma de la felicidad, es un placer y no una obligación, entonces, empecé a buscar otros libros. Ciertamente antes había leído uno o dos libros más por gusto: Julio Verne me había cautivado, pero me había parecido muy ajeno a mi experiencia por razones obvias; te puedes entusiasmar con los viajes de Verne al Polo Norte, a la Luna, al fondo del mar o al fondo de la Tierra incluso, pero difícilmente te identificas con esas epopeyas porque no tienen que ver con tus circunstancias.
Existen distintos tipos de lectores y yo era uno que requería que mi cotidianeidad -que me parecía muy gris, muy deslucida y muy poco interesante-, de pronto cobrara otra conciencia de ella a través de la lectura; esto creo que era lo que yo necesitaba, una especia de droga que te permita ver la realidad con una intensidad con la que no la habías visto antes, y esa droga definitivamente es la lectura.
¿Cómo inició Villoro su camino por el periodismo y eventualmente la literatura?
Empecé escribiendo para un periódico escolar que fundé con unos amigos en la secundaria, tendría yo unos 14 o 15 años, y decidimos hacer un periódico que se llamaba “La tropa loca”. No teníamos ninguna intensión periodística real pero teníamos un deseo de comunicación fuerte y queríamos sobre todo “echar relajo”, como se dice en México; divertirnos haciendo un periódico que pudieran leer nuestros compañeros.
Estuve a cargo de la sección de chismes, que era una zona de periodismo rosa, creo que es la zona más cuestionable del periodismo, pero así fue como me inicié; me parecía muy divertido y me daba la posibilidad de hablar de los romances que iban a fraguarse en el salón, de lo que pensábamos de cierto profesor, de las muchas situaciones que pasaban en la escuela, este microcosmos me daba a mí la posibilidad de ser como el cronista secreto de mi generación.
En una ocasión, asistí a un edificio en la Ciudad de México en donde tomaba clases de guitarra. Me bajé del camión y al cruzar la calle vi que el edificio estaba en llamas. Se trata del edificio Aristos, que hasta la fecha existe y es un edificio muy importante en la ciudad, ubicado en la Avenida Insurgentes. Me sorprendió muchísimo el incendio: las llamas, la imposibilidad de ingresar al edificio, el peligro que representaba; pero también por las reacciones humanas que suscitaba: las personas que se habían quedado atrapadas y que estaba huyendo tratando de subir a la azotea, los gritos de auxilio de la gente, los socorristas que llegaban, ambulancias, bomberos, los voluntarios que mostraban un insólito heroísmo en ese momento; todas estas circunstancias me cautivaron de una manera extraordinaria.
Al regresar a mi casa, en vez de escribir la consabida sección de chismes para el periódico “La tropa loca”, escribí una crónica del incendio. Me sentí cautivado por el fuego y por las reacciones de la gente, entonces, en forma accidental e inconsciente, escribí un primer reportaje sin pensar que eso era periodismo, sin pensar que existía la palabra “crónica”, y sin suponer que eso sería una vocación futura para mí. Ese fue el inicio, pero ya había evidentemente una necesidad mía de expresar esto, porque mucha gente puede ver un incendio pasar por un cataclismo y simplemente hablar al respecto, sin necesidad de escribir un texto. Entonces, poco a poco se fue fraguando un camino literario que cristalizaría ya tiempo después, cuando empecé a escribir primero ficción; luego, con la oportunidad de escribir reportajes, entrevistas, y pues, el periodismo y la literatura de ficción fueron dos expresiones que he ejercido a lo largo de toda mi vida.
Novela, cuento, crónica, literatura infantil, teatro, ensayo ¿Cuál género le antepone mayores retos y por qué?
Todos los géneros literarios tienen desafíos y por eso trato de cultivar varios de ellos. Si fueran fáciles, pues no tendrían ningún propósito aventurero; creo que cualquier cosa que valga la pena requiere de esfuerzo y pasión. Lo que es automático de alguna manera te desluce ante ti mismo, entonces, los géneros literarios te ponen en tensión por razones muy distintas.
Por ejemplo, si tú vas a escribir una novela, pues tienes que tener una retentiva de cosas que van a pasar a lo largo de 400 páginas y que vas a escribir a lo largo de 4 años, entonces es como tener una habitación en tu casa en donde las cosas suceden de un modo particular; entras y están estos personajes, dialogas con ellos y todo eso tiene una vida que debes mantener a través del tiempo, a través de la extensión literaria y las cosas deben tener consonancia unas de otras, entonces lo que pasa en el capítulo 17 de alguna manera se desprende de algo que pasó en el capítulo 8 y al mismo tiempo tiene una resonancia con el capítulo 12 y está preparando lo que va a pasar en el capítulo 23.
Naturalmente esa arquitectura no la tienes tan armada desde el principio, pero es algo que tú vas construyendo, por lo que necesitas de una larga paciencia, una capacidad de resistencia, una pasión sostenida por ese mundo y por entrar en todos los desafíos formales que conforman la novela.
En cambio, cuando tienes que escribir un artículo para el periódico, el nerviosismo, la tensión y los retos son totalmente contrarios, tienes que causar sentido en 4200 caracteres, tienes que entregar el texto en un momento definido, debe tener cierta noción de actualidad, al mismo tiempo la claridad es decisiva; en cambio, el escritor de periodismo pues tiene que conectar de inmediato con un medio que, si se trata de uno impreso, al día siguiente va a servir para envolver pescado; no va a perdurar, salvo excepciones muy notables.
Entonces, son retos muy distintos, cuando escribes para niños enfrentas una mentalidad muy diferente a la del adulto, muy receptiva hacia estímulos muy variados, la mente infantil acepta con facilidad lo sobrenatural, los hechizos, los mundos alternos, la más desaforada y desbordada fantasía, pero con la condición de que todo esto sea lógico; los niños son amantes de la lógica y de las reglas; no les gustan las reglas que les ponemos los padres, pero ellos mismos cuando juegan, se imponen reglas. Creo que no hay nada más serio en el mundo que un niño jugando, un niño embebido en esa realidad y que está cumpliendo con esas reglas importantes, entonces, si tu escribes un cuento para niños y dices que el Ada concede tres deseos, y de pronto al Ada se le ocurre como propina conceder un deseo extra, bueno, en ese momento el niño dice “no, esto no funciona, porque tú me habías dicho que eran tres deseos y no me pueden inventar un cuarto”, entonces esta mezcla es fascinante pero comporta otros desafíos.
¿Cómo surge su gusto por la literatura infantil y cómo llegarle a ese público?
Nunca leí libros para niños de una manera sostenida en mi infancia, entonces, escribir libros para niños es, por una lado, la posibilidad de poder asignarme una segunda infancia, de pensar que puedo leer los libros que quise leer de niño. Creo que es muy importante que un autor de libros infantiles “entre en personaje”, como dicen los actores; es decir, que él mismo se traslade, se retrotraiga a un momento previo.
Todos los adultos hemos sido niños, esto lo dice Antoine de Saint-Exupéry en la dedicatoria de “El principito”, pero la mayoría ha olvidado que fue niño, no tiene contacto con esta edad primera, y en buena medida, la vocación artística creo que depende de mantener vivo a ese niño posible; no necesariamente para hacer literatura infantil o arte para niños. Creo que en la condición misma del artista hay un elemento de infancia muy significativo y en el caso de quien escribe para niños, esto tiene un objetivo muy claro: tocar esa fibra del niño que fuiste para establecer contacto con otro niño.
He visto autores que son muy buenos escribiendo para adultos y de pronto tienen la oportunidad de escribir un cuento para niños y entonces lo único que hacen es simplificar sus recursos y tratar de ser más sencillos y piensan no en lo que ellos le quieren contar a los niños, sino en lo que los niños deben leer, es decir, tienen una actitud más bien pedagógica y esos cuentos suelen ser fallidos, por la razón sencilla de que no están concebidos desde el entorno infantil; entonces, creo que los grandes autores de cuentos para niños están también entrando en esa comunicación con lo que es la mente infantil y reconociendo que se trata de una mente muy inteligente. Uno de los grandes defectos de la civilización durante siglos fue considerar que los niños son una preparación para los adultos, es decir, que son la antesala de lo que van a ser, cuando sabemos que los niños en realidad son ya en sí mismos una meta cumplida, es decir, la infancia tiene sus características, sus logros y méritos.
He tratado de escribir con ese afán; justamente la mayoría de libros que he vendido son libros para niños, de hecho tengo uno, “El libro salvaje”, que ha vendido más que todos los demás libros juntos, entonces quizá mi edad intelectual es como de 13 años, porque es la edad del protagonista de ese libro y a mí me parece importante que así sea porque en la literatura para niños tenemos nosotros una posibilidad extraordinaria de fraguar lectores, no solo para ese libro, sino para libros futuros.
¿Cómo motivar a niños y niñas a leer en tiempos de smartphones, redes sociales, vídeojuegos, plataformas destreaming, entre otras facilidades tecnológicas?
Hay países que sirven de ejemplo para analizar el tema de cómo se combinan las nuevas tecnologías con la lectura. Por ejemplo Japón o Corea del Sur, que son dos países que tienen una ultra tecnología, una conectividad en red casi del cien por ciento, y al mismo tiempo altísimos índices de lectura. Esto quiere decir que no tiene que ver el hecho de que existan competidores para el libro con los niveles de lectura; tiene que ver con el hábito.
Si existe el hábito de leer, uno puede tomar decisiones; uno puede decir: Hoy voy a jugar futbol o voy a estar con el Playstation o voy a escuchar música o a leer un libro, porque ya tienes tú ese hábito, entonces, es una alternativa que tienes. Pero el gran tema para nuestra sociedad es crear ese hábito.
Creo que lo más importante es que ese hábito se forje en la casa. Conozco bastantes estudios de gente que ha indagado la iniciación a la lectura y creo que lo más eficaz es que siempre haya una conciencia en casa de que la lectura es algo interesante, pero sobre todo es algo que se comparte, porque cuando eso sucede se convierte en una forma del afecto, entonces, la primera persona que nos lee un libro es una persona que nos está dando cariño.
Conozco también muchísimos niños que antes de dormirse exigen que les lean un cuento; muchas veces se trata de un cuento que han leído muchas veces porque esa es otra diferencia entre la mente infantil y la mente adulta, la reiteración; hay acciones que al niño le interesa que se repitan y en el caso del adulto, esto no es necesariamente así; entonces, el niño ellos quieren que se le lea incluso el libro que ya conoce, y entre otras cosas es porque no quiere entrar en esa zona borrosa que es el sueño, esa zona de abandono y al mismo tiempo porque quiere el afecto de la persona que le está leyendo, ese es un momento de compartir algo. Eso es muy significativo.
Si logramos eso, los niños van a asociar esa voz primera de quien les leyó los libros con las historias que le contaron; creo que eso es muy importante. Esto se debe extender a la escuela; los maestros muchas veces no tienen pasión por la lectura, no leen, entonces es muy difícil que impongan la lectura, porque la lectura no se puede imponer, se tiene que contagiar, tiene que ser una pasión compartida.
Creo que también es muy importante tomar en cuenta que en ocasiones se enseñan los libros que los niños todavía no tienen habilidades para comprender. A mí me pasó que cuando estaba en sexto de primaria, a los 12 años, y llegó nuestra titular de lengua nacional, con varios libros clásicos como el “Lazarillo de Tormes”, “Don Quijote”, “La Eneida”, “El cantar de Mio Cid”, y nosotros teníamos que escoger un clásico para leer, pero ninguno estaba en condiciones de comprender esas obras escritas en español antiguo o con traducciones muy complejas y, la verdad sea dicha, pues nos expulsaron de la lectura, porque nos pareció que eso era tan abstracto, tan ajeno a nosotros que no tenían que ver con nuestro mundo; en cambio si hubiera llegado con un libro directo, que hablara de nuestro universo y de las cosas que nos preocupaban, aunque ese libro no fuera tan bueno, aunque no hubiera tenido el certificado de clásico, nos hubiera introducido en el hábito de la lectura, entonces, creo que eso es lo más importante, generar el hábito.
¿Cuál es su opinión respecto al futuro de los libros?
Creo que el futuro de los libros está asegurado, pero pertenece a la cultura del libro siempre estar preocupado por su subsistencia, es decir, en todas las épocas desde que existen los libros ha habido preocupaciones porque no se leen suficientes libros, porque probablemente el libro va a desaparecer, aparecen otros estímulos y entonces, sucesivamente, se ha declarado el acta de defunción del libro, y el libro goza de cabal salud.
Vemos nosotros que en todas las ferias del libro en todos lados siguen existiendo libros en papel y por supuesto que esta salud no tiene por qué ser dominante en el sentido de que todo el mundo tiene que estar leyendo libros al mismo tiempo; hay muchas plataformas para conseguir información, muchas experiencias artísticas, muchas formas de vivir, pero los libros creo que siguen siendo muy significativos, y esto lo vemos nosotros sobre todo en momento de emergencia: náufragos que se sobreponen a la locura porque llevaban un libro a bordo, prisioneros que lograron superar la cárcel leyendo un libro, enfermos que se han salvado gracias a un libro; entonces, pienso que la lectura es como el paracaidismo, en circunstancias normales solo los espíritus arriesgados la ponen en práctica, pero en circunstancias extremas, le salvan la vida a cualquiera y eso es un hecho; aparte tenemos plataformas que tienen que ver con la cultura de la letra, lo cual es un estímulo indirecto para leer libros; el hecho de que estemos todo el tiempo mandando mensajes de texto en el teléfono, estemos volcados en los mensajes electrónicos, en la computadora, leyendo en las pantallas; la cultura de la letra nos rodea y nos tiene inmersos en el alfabeto, entonces no siempre esto cristaliza en una obra de arte que estamos leyendo, pero sabemos que ese mundo no nos es ajeno, dependemos más que nunca de las letras.
Como conclusión para la entrevista, Villoro invitó a los costarricenses a que “se acerquen al saludable vicio de la lectura, a que abran un libro como quien abre una puerta o una ventana y descubran un mundo totalmente diferente, que complementa este mundo y que nos demuestra que la lectura es una forma de la felicidad. Ojalá compartan este maravilloso placer que es la lectura”.
La Feria Internacional del Libro es una producción del Ministerio de Cultura y Juventud y la Cámara Costarricense del Libro, que se realiza actualmente en la Antigua Aduana y concluye el próximo 3 de septiembre.
Consulte la programación en http://feriadellibrocostarica.com/
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