Los derechos humanos son ideales compartidos por los pueblos del mundo, y consolidan un sistema de valores comunes que van surgiendo de la convivencia social. Están en evolución constante y recogen las necesidades de justicia de las personas en coyunturas históricas.
Se basan en el valor fundante de la dignidad humana, que no es otra cosa que la lucha por ejercer el derecho a la libertad, a la justicia y a la igualdad que tenemos todos por el solo hecho de existir.
Sin embargo, en algún momento de la historia, producto de prácticas culturales, dogmas y creencias, se interpretó que aquella dignidad era patrimonio exclusivo de los hombres, que las mujeres estaban excluidas de ese reconocimiento; y además de ser discriminadas, explotadas, invisibilizadas, asumidas como una minoría, su mundo y sus derechos debían girar en razón de los hombres.
Un ejemplo histórico de tal explotación está en escritos de Marx y Engels (siglo XIX).
Ellos denunciaban la opresión a las mujeres, quienes eran “relegadas a ciudadanas de segunda clase en la sociedad y dentro de la familia”.
Ambos evidenciaban que la mujer era solo un instrumento de producción y, posteriormente, así lo escribió Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado: “El hombre tomó el mando también en el hogar, la mujer fue degradada y reducida a servidumbre; se convirtió en la esclava de su lujuria y en un mero instrumento para la producción de hijos (…) para asegurar la fidelidad de su mujer y, por tanto, la paternidad de sus hijos es entregada sin condiciones al poder del marido; si él la mata, solo está ejerciendo sus derechos”.
Hoy, en pleno siglo XXI, persisten mentalidades de suma cero, patriarcales y machistas, que entre confusiones conceptuales e históricas siguen defendiendo este modelo de familia explotador y violento, que dichosamente ha ido poco a poco quedando atrás, pero que aún no hemos podido erradicar.
No obstante, sin necesidad de ser marxista ni parafrasear estos escritos –para algunos, desde un desconocimiento monumental– es valioso celebrar que ¡las familias existen!, que su concepto ha ido evolucionando (como lo hacen los derechos humanos) y que hoy, en cualesquiera de sus modelos, debe ser un espacio para compartir el amor, el respeto y la dignidad entre sus miembros.
Rescato, eso sí, que el aporte del marxismo en sus fundamentos de igualdad, justicia social y dignidad humana es muy importante, y así fue recogido por la Internacional Socialista, la cual sirvió de inspiración y base ideológica para los partidos políticos que han gobernado este país –desde mediados del siglo XX– y que crearon nuestro Estado social de derecho.
Principios
En defender este fundamento de la igualdad y el respeto, he creído con mi alma y a ello he dedicado mi vida con pasión y esfuerzo. He luchado desde la trinchera de la democracia –en la que creo fervientemente– y sus instrumentos normativos, por defender los derechos de las mujeres y de otros grupos de seres humanos también históricamente discriminados y maltratados.
Es cierto que hemos avanzado, pero también es verdad que falta mucho por hacer.
Por ello, sigo trabajando con mística y creyendo en la democracia, así como la definió una sesión de la Asamblea Constituyente del 10 de junio de 1949: “Democracia significa igualdad, no reconoce razas, castas o clases (…) para explotar, gobernar o esclavizar a sus semejantes (…) todas las individualidades y minorías deben ser protegidas en sus derechos y libertad”.
Ana Helena Chacón
Vicepresidenta de la República
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