Ana Helena Chacón Echeverría Vicepresidenta de la República En el contexto del 17 de octubre, Día internacional para la Erradicación de la Pobreza, rescato que hace unas semanas -el pasado 9 de setiembre-, Costa Rica se convirtió en el primer país del mundo en firmar un Pacto Nacional por el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Sin duda, estos objetivos son el más grande esfuerzo de los Estados del mundo, para actuar en favor de las personas integralmente. Proponen superar la pobreza, la desigualdad, proveer educación, salud, proteger el medio ambiente, propiciar la justicia y lograr la paz. ¿Ambiciosos? Sí. ¿Imposibles? No. Y no es casualidad que el primero de esos 17 objetivos, sea el de “poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo”, porque lograrlo es una urgencia humana. Es un desafío ético y un mandato que le corresponde a los Estados acometer mediante sus políticas públicas y sin más dilaciones. Porque es irónico y vergonzoso vivir en un mundo que es hoy más rico, productivo y próspero de lo que haya podido ser en cualquier otro momento de la historia; en el que al mismo tiempo viven más de mil millones de personas en situación de pobreza. Por ello, el día que firmamos ese pacto que impulsamos desde el Gobierno y en el que todos los sectores del país nos comprometimos para el cumplimiento de los ODS; quise pensar que era un momento histórico. Pero NO era un momento para la Esperanza, sino uno para la Solidaridad y eso era maravilloso. Me explicaré. En la mitología griega, luego de que Prometeo, hijo del Dios Zeus creara a los seres humanos -contra la voluntad de su padre-, también quiso resguardarlos de todas las calamidades y los males del mundo, y entonces encerró esos flagelos en una caja. Pero una mujer de barro llamada Pandora –que Zeus mandó a crear para vengarse de su hijo- la abrió y liberó su contenido. El punto es que Prometeo había metido en la caja dolores, vicios, enojos, rencores, envidia, miedos y otros males; pero también había guardado ahí a la Esperanza. La creía un vicio, una de las peores ignominias porque la consideraba como inacción total. Porque Esperanza, es una palabra del latín “sperare” y significa esperar. Es decir, no hacer, permanecer en la contemplación. Y si reflexionamos un poco, a lo mejor eso ha sucedido en muchos momentos de nuestra historia. Por ejemplo, hoy, en pleno siglo XXI, donde abunda la tecnología, la creación de riqueza y donde –irónicamente- también crecen la pobreza y la desigualdad; donde el 1% más rico tiene casi más dinero que el otro 99%; donde se desdibujan las fronteras comerciales y se levantan murallas de concreto y alambre para cerrar las geográficas; donde explotamos nuestros recursos naturales sin conciencia y sufrimos ya el acecho del calentamiento global que hemos provocado; más bien parece que hemos vivido demasiado tiempo postergando acciones y a merced de esa esperanza a la que temía Prometeo, por quieta e inamovible, propia de quienes esperan que alguien más haga lo que nosotros como humanidad debemos hacer. Con esa ilustración mitológica en mente quiero creer en nosotros -los seres humanos- y que con los ODS nos movemos y abrazamos esta enorme oportunidad para hacer, para cambiar rumbos y apostar por la Solidaridad, como si nos hubiéramos propuesto devolver todos los vicios humanos a aquella caja imaginaria de la que jamás debieron salir. Con ese optimismo lleno de luz y de futuro, recibimos en el Gobierno de la República los Objetivos de Desarrollo Sostenible y en estos días valoramos con mayor fuerza todo el trabajo que venimos haciendo (y todo el que aún falta), para atacar la pobreza extrema en nuestro país. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, tienen un enorme y robusto componente social, parten del hecho de que con pobreza, con desigualdad, con hambre, sin educación y sin igualdad de género; será imposible que prosperemos como humanidad. Estamos ante una oportunidad humana para guardar en la caja de Pandora la Esperanza viciosa y monolítica de Prometeo. Estamos ante la oportunidad para transformarla en acciones concretas y convertirla en movimiento, en virtud, en humanidad pura… en aquella Solidaridad de la que habla el filósofo Luis de Sebastián: “… la obligación natural que tienen los individuos (…) de contribuir al bienestar de los que tienen que ver con ellos, especialmente de quienes están en mayor necesidad.”]]>